Opinión


domingo, 21 de septiembre de 2014

21 de septiembre, Día Mundial del Alzheimer: ELLA NO LO RECUERDA

 Tenía una cabellera larga y suave, que se retocaba al pasar por delante del espejo. Era presumida y dicharachera, generosa y comunicativa. Contaba cosas, como el color del cielo cuando acabó la guerra, y se podía confiar en ella. Ahora continúa entre nosotros, tiene alrededor de setenta años, o más, ya no lo recuerda.
Cuando se le pregunta la edad te espeta “Escucha, pues no la voy a saber”; y se escabulle. Ya no se arregla por las mañanas, alguien le ayuda a levantarse y en el aseo. Después quiere ir a ver las tierras con su hermano, pero no hay tierras y su hermano murió cuando eran adolescentes.
Su pelo negro se recoge en un apaño gris y desconoce la existencia de los espejos. Cuando se obstina en salir, hay que guardar las llaves, porque un día la encontraron en una casa extraña, perdida y asustada, como un animalillo; o quiere echar a los invitados de una boda que, insistía, se habían colado en su casa a comer sin permiso. Es la abuela, la madre, o la esposa, pero no lo sabe.
Quienes están a su lado han perdido gran parte de su libertad. Cuidan, vigilan y, en ocasiones, sonríen los “golpes”de alguien que ya no vive con ellos, que está no se sabe dónde, pero que les necesita cada segundo y les llena el día de tribulaciones y el corazón de ternura. Padece un tipo de demencia senil, cualquiera, qué más da, pero la enferma verdadera no es ella, sino su familia. Sus componentes están lúcidos, son cariñosos pero, a veces, se sienten impotentes. Cuentan sus cosas, reclaman la atención de las administraciones y, cuando pase el tiempo, podrán recordar –ellos sí- que convivieron con María y que, afortunadamente para todos, les dejó el verano pasado. Afortunadamente, que dirán con sentido común y con tristeza.

         (Dedicado a los familiares de los enfermos de Alzheimer)
         (Publicado en El Correo de Andalucía, 30/09/2003, HuelvaYa.com, 20/09/2014 y otros medios)

viernes, 19 de septiembre de 2014

Escrituras

 Seamos más originales.

Además de los pleonasmos al uso: Subir arriba, salir afuera, volar por los aires, entrar adentro, bajar abajo, ver con los propios ojos, barrer con la escoba, calzar el zapato, cuchillo para cortar, repetir de nuevo, repetir otra vez, regla para medir, volver a repetir y venir aquí o acá, entre otras muchos, existen otras parejitas menos claras, pero igualmente “empalagosas”.
Veamos una decena (de diez, claro):

1.¿Últimas novedades?
Si no son las últimas, no son novedades.

2.Aplausos cálidos.
Hombre, pueden ser fríos, pero...

3.Cerrada ovación.
¿Cómo es la abierta?

4.Mal tiempo reinante.
Pues claro, si lo hace es que está y si encima es malo, pues claro que reina.

5.Reto difícil.
Perdón, pero si no es difícil, ¿por qué le llaman reto?

6.Réplica exacta.
Es que eso es la réplica “Copia de una obra artística que reproduce con igualdad la original”.

7.Supuesto hipotético.
¿Ah, sí? Que yo sepa, una hipótesis es un supuesto. Y viceversa.

8.Testigo presencial.
Si no estaba presente, vaya testigo.

9.Bajos fondos.
Reconociendo que los fondos bajos, son más fondos, no hay fondo que no sea bajo.

10.Planes de futuro.
Los del pasado se llaman recuerdos.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Sobre las palabras minusvalía y minusválido

Como sabemos, en el acto de comunicación, la palabra crea el concepto, por eso es importante emplearla lo mejor posible y colaborar así a derribar barreras y techos de cristal. Me refiero a los términos minusválidos y discapacitados.
Expresados así cometemos una gran injusticia porque esas personas serán válidas para algunas cosas y menos válidas para otras, pero el término genérico las relega a una realidad que es exacta.
Así pues, digamos personas con discapacidad o con minusvalía, con lo que estaremos eliminando otro de las muchos obstáculos que ya, por sí mismos, tienen que superar.

martes, 16 de septiembre de 2014

Catón para presentadores iletrados

Los programas de televisión están llenos de presentadores que no lo son, de artistas que no lo han sido ni lo serán y de iletrados con barniz que hablan y hablan y son autores de queísmos y dequeísmos, de laísmos, de construcciones inexistentes y de latinismos a su modo. La incultura es osada, lo sabemos y la espontaneidad no siempre disculpa cualquier metedura de pata.
Hace muy poco, en una entrevista a la cantante Melody, el supuesto periodista le preguntó: "¿Cómo es que siendo de Dos Hermanas hablas tan fino? ¿Has estudiado?", ella respondió sin alterarse, con corrección y siguió el programa. Pero la preguntita lleva implícito el desconocimiento de varios conceptos como lengua y habla, lengua estándar, modalidad lingüística e idiolecto y, sobre todo, el menosprecio social a los hablantes de esta localidad, que no merecen generalizaciones tan zafias.
En seguida, un concejal avispado protestó y hubo rectificaciones, pero el lamentable suceso nos vino a recordar que todavía hay quienes tienen dificultades para denominar nuestra lengua con su nombre de español, como hacen franceses, ingleses, italianos, alemanes, rusos, polacos y tantos otros con las suyas y de aceptar que este idioma, cuarto del mundo (después del chino, el inglés y el hindi), tiene variaciones en su uso capaces de convivir en armonía con el sistema original y, muy especialmente, que ninguna variedad es superior a otra.
Así son las cosas; la historia del sur está llena de luces: Picasso, Góngora, Lorca, Arias Montano, Ben Bassó, Averroes, Maimónides, Séneca, Bécquer, Isidoro de Sevilla, García Morente, Turina, Martínez Montañés, Aníbal González, Juan Ramón Jiménez, los Machado, Falla, Cernuda, Herrera, Alberti, Velázquez, Muñoz Molina, Caballero Bonald y muchos otros personajes que, en sus respectivas genialidades, hablarían o hablan un andaluz como el nuestro; andaluces como Elio Antonio de Nebrija que, en 1492, fue el autor de la primera Gramática de la Lengua Castellana, pese a las críticas de Juan de Valdés, que arremetía contra él porque "hablaba y escrivía como en el Andaluzía y no como en Castilla".
La verdad es que cuando Valdés quiso fundamentar su ataque no encontró prácticamente razones lingüísticas, como habitualmente sucede a quienes, después de acusar a alguien por su acento, no resistirían una expresión comparativa por escrito o el somero análisis de sus usos en la comunicación, también oral.
Durante años Manuel Alvar, Rafael Lapesa, J.Mª Vaz de Soto, M. Bustos Tovar, Juan A. Frago, Miguel Ropero, A. Narbona, Pedro Carbonero y muchos cualificados profesores y lingüistas se han esforzado por transmitir que la variante del español que conocemos con el nombre de "hablas andaluzas" no es una modalidad inferior, procede del castellano como este procede del latín (por eso puede llamarse dialecto), y si todo sigue igual, “si no sufren alteración las condiciones actuales –y me refiero a condiciones sociales, principalmente de prestigio, de aceptación, de tolerancia-, a la vuelta de doscientos, de trescientos años, la oleada andaluza habrá alcanzado la costa cantábrica y la actual pronunciación del castellano será una reliquia rastreable por los dialectólogos en algunos escondidos valles de montaña”, como se atrevió a pronosticar Gregorio Salvador en 1963.
Se podría decir que el vaticinio del académico granadino va por buen camino: Quienes utilizamos esta lengua común, que permite que los habitantes de las diecisiete autonomías españolas nos comuniquemos, somos mayoritariamente yeístas, aspiramos algunas consonantes en posición implosiva (al final de sílaba) y el español de América comparte más rasgos con la andaluza que con ninguna otra comunidad. No debería ser necesario seguir reivindicando esta obviedad.
Pero cualquier persona es capaz de opinar, discutir, pontificar sobre el carácter de nuestra forma de hablar. Estas personas no se atreven a negar un diagnóstico a sus médicos, explicar la forma de tratar la madera a un ebanista o discutir la composición de un medicamento a un farmacéutico. No lo hacen y, si lo hicieran, sería muy educativo oír las respuestas de estos profesionales ante este tipo de intrusismo o estupidez.
Por lo visto, los filólogos no tenemos el derecho de poder opinar, con la misma autoridad que un médico, un ebanista o un farmacéutico en sus áreas respectivas, de los temas que nos competen, aunque siempre nos quede la opción del silencio, único argumento útil ante los ignorantes.
Pues sí, los andaluces no hablamos mal; el seseo, que empezó a gestarse en Castilla antes de la conquista de Sevilla (1248) por Fernando III (cuyas huestes eran, por cierto, castellano-leonesas) y el ceceo no son horribles vicios -ambos fenómenos son idénticos desde el punto de vista lingüístico, aunque el primero tenga mayor consideración social que el segundo-; el yeísmo es hoy una característica de más cuatrocientos millones de hispanohablantes y la aspiración de las eses finales que marcan los plurales se vislumbra como la alternativa más seria al procedimiento morfemático del número en el español estándar.
Existe un andaluz vulgar, como existe un murciano y un castellano vulgares; pero también existe un andaluz culto que no tiene nada que ver con las caricaturas de televisión, que no confunde la r con la l, que no pronuncia las ch con excesiva fricatización, que no duplica las consonantes; es el registro de las personas del sur que están en nuestras instituciones, que han conseguido una preparación con los recursos de nuestra tierra, o fuera de nuestras fronteras, personas que un día encuentran una vacuna, otro alcanzan un premio Nobel y otros se convierten en genios de la pintura universal. Son nuestras gentes de Andalucía, cultas, capaces, profesionales, pero que hablan como en su pueblo, como en su ciudad, con todo el derecho y el orgullo del mundo.
(Publicado el meollo en varios medio)