Opinión


domingo, 18 de octubre de 2015

Educación gripada

 
Simplificando al máximo el libro del controvertido J. A.Marina “Despertad al diplodocus”, tanto que no pasaré del índice, los motores -dice- que han de hacer posible el cambio que necesitamos en la educación serían la escuela, la familia, la ciudad, la empresa y el estado.
Pues bien, la escuela, entendida como institución, sigue siendo el gran asunto del que se ocupa mucha gente, pero sin orden ni concierto alguno; bueno, conciertos sí, los que se mantienen para seguir perpetuando las discriminaciones.
Esta escuela donde ejercen los profesores más viejos en los mejores barrios de la ciudad y los docentes con menor experiencia y menos años en los lugares de más difícil desempeño; donde se planifican los cursos en dos días (con sus tardes y noches, eso sí), porque nadie se atreve a eliminar los exámenes de septiembre; donde se implanta la jornada única para que puedan vivir también los jóvenes en paro con sus clases particulares y los conservatorios, academias, clubes deportivos, gimnasios y disciplinas inventadas. Esa escuela en la que el trabajo por proyectos, las comunidades de aprendizaje, las tecnologías, el currículo y el horario flexible suenan a innovación todavía.
Una familia, núcleo de todo, en que se gesta el respeto a quien más sabe (magister) y a quien tiene encomendada la tarea de pasar muchas horas con los hijos, en donde cualquier diferencia entre la necesaria colaboración con los docentes se nota y repercute; donde lo único imprescindible es la tarea de un gran equipo con entrenadores profesionales.
Una ciudad motivadora, que se preocupa por la salud y el medio ambiente, por la lucha contra el alcoholismo y las drogas, el fomento de la lectura, la integración laboral, la creatividad y el tiempo libre, con espacios reglados para estudiar y para pasear, para estar; que no permita que un menor esté vagando, ni vendiendo, ni trabajando en horas de clase, que colabore y que incite a la cultura.
Esa empresa entendida como dinámica y proactiva, donde los cargos cuanto más elevados recaigan en los más capaces y donde se trabaje en una dirección única, con una meta, unos objetivos claros, medibles y alcanzables; con una idea de servicio público (cuando lo sea y, si no, social), con los logos del esfuerzo y la recompensa, no necesariamente en los “operarios”, sino en los beneficiados. La empresa del saber, del conocimiento, de la formación que ha de desembocar en las otras empresas, las del trabajo remunerado, las actividades mercantiles, industriales y de las prestaciones.
Y el estado, que organiza, que coordina, que hace los caminos para el tránsito, para el viaje. Un estado que se responsabiliza y que cuida, que protege, que asegura deberes, derechos y libertades, que elige a sus empleados y, consciente de la importancia que tienen, los pone en valor, los prestigia y los eleva.
Interpretando al mínimo, como decía, el libro publicado por Ariel y no el “Libro blanco”, que desconozco aún, estos motores están gripados y no creo que baste con una rectificación en términos mecánicos, sino en un planeamiento nuevo y comprometido de toda la sociedad.


                              Juan Andivia Gómez
                              (Publicado en varios medios)